20 de marzo de 2010

Un hogar.

Mi viejo y destartalado hogar, que pronto dejará de serlo. Ayer por la noche hasta se me cayeron unas lagrimitas pensándolo. Supongo que quién se mudó más de dos o tres veces en su vida, no me entenderá. Supongo que ellos saben crear un hogar en cualquier sitio. Yo no. 

Tras 21 años aquí, una nueva casa, por muy grande y nueva que sea, no será mi hogar. No tendrá árboles enormes, ni hierbajos por todos lados, ni caminos hechos solo por el desgaste del paso continuo, ni perros enterrados, ni gallinero medio tirado, no sé, algunas de estas cosas no son bonitas, pero son mis cosas. Y me duele dejarlas. Y que alguien que no sea yo pueda disfrutarlas y sentirlas suyas. Yo sé que estas cosas sabrán que sus verdaderos dueños ya no están, y se sentirán solas y tristes. Como yo en mi nueva casa. Porque una casa, es una casa, pero donde tú te sientes a gusto, a donde sientes que perteneces, donde se ubican todos y cada uno de tus recuerdos, es mucho más que una casa. 

Y ahora pienso y pienso y me enfado conmigo misma,  porque yo misma promoví el hecho de irnos de aquí, pensando en una existencia mejor y ahora me doy cuenta de lo equivocada que estaba. Que en otro sitio no tendré una existencia mejor y que otra gente sí tendrá una existencia mejor gracias a mi viejo y destartalado hogar. Arraigo.



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